Entre apuntes que creía prescindibles y estaba a punto de desechar para siempre, encuentro la fotocopia de esta carta. No sé cómo ha llegado a meterse aquí, pero imagino que tal vez se trate de un material de consulta para una de las tantas clases a las que tuve el (a veces muy discutible) honor de asistir cuando creía estudiar literatura. Al parecer, la carta está escrita por un escritor para mí ignoto (aunque tal vez alguno de mis eruditos compadres pueda intuir de quién se trata) y aparentemente dirigida a su editora o agente literaria. No encuentro ningún otro apunte que pueda emparentarse con esta correspondencia, por lo cual cualquier información que complete la identidad de este burlesco personaje será muy bienvenida. La transcribo completa, letra por letra, sin obviar ni siquiera una coma. Por desgracia, la carta no está fechada. Estimada Elena:
Tal lo hablado contigo en tu visita a mi casa, te detallo aquí mis requisitos biológicos, de habitación y recreación para mi establecimiento y estancia plena en tu ciudad (que en breve, y si todo se desenvuelve como debe, será también la mía) durante el período que dure mi labor allí.
Estas vituallas y objetos, querida Elena, son lo único que te pido. Del mismo modo, quiero que sepas que te pido estas cosas casi como rogando, pues poco puedo hacer en cuanto a trabajo sin que se cumplan a pie juntillas estas condiciones materiales.
Vivienda: Esto ya lo hemos discutido bastante en persona. Déjame recordarte, de todos modos, mis expectativas al respecto: el apartamento debería idealmente tener dos cuartos (uno necesariamente interno, con mucha luz natural y nada de ruido), una cocina no pequeña y una sala amplia. Un único cuarto de baño bastará, aunque sería agradable que tuviera una tina y espacio para abundante material de lectura. A propósito del baño, quiero pedirte que consigas de antemano un fontanero bien dispuesto para lidiar con el depósito del toilette, puesto que seguramente se romperá a poco de mi llegada (si es que entonces funciona). Esta solicitud puede parecerte producto de la más excéntrica manía, pero te aseguro que no hay siquiera uno de esos endemoniados aparatos que se resista a mis encantos.
Alimento: Puedo comer casi cualquier cosa, excepto pescados, mariscos y quesos demasiado fuertes u olientes. Eso sí: las carnes deberán estar cocidas de modo penetrante. Por lo demás, prefiero evitar lo agridulce. No se si hayas pensado ya en los horarios de quien se dedique a la cocina y la limpieza, pero prefiero que vaya al apartamento sólo por la mañana y que haga sus menesteres en un razonable silencio.
Líquidos: Ingiero líquidos constantemente. No puedo sentarme a escribir, no puedo pensar ni leer, no puedo hablar, no puedo hacer nada sin tener líquidos bien a mano. No se trata de una necesidad en el sentido fisiológico, sino de ansiedad en estado puro. En este punto, estimada Elena, te ruego seas generosa y hagas que tu gente me ateste el refrigerador y las alacenas con bebidas de todas las variedades: especialmente tengo predilección por los alcoholes fuertes y los suaves de casi todos los tipos (no por el ajenjo ni el vermouth herboso, que me resultan demasiado amargos). También bebo jugos, bebidas ligeras y agua. La leche no me es imprescindible.
Limones: El limón es muy importante para muchos de mis alimentos y bebidas. El limón, Elena, es en verdad indispensable.
Música: No puedo producir ni una carilla sin música. Por esto, necesito un aparato de radio con fidelidad y volumen decentes, y también, de ser posible, una lista de estaciones recomendadas con un detalle del tipo de música más habitualmente trasmitido en cada una.
Cigarrillos rubios: No deben ser suaves. A razón de cuarenta por día, aunque a veces pueda ser un poco más y rara vez un poco menos. Y ceniceros hondos y con hendiduras bien definidas y profundas: de estos últimos te ruego que haya una buena distribución en todos los rincones del apartamento, incluyendo especialmente el baño, el escritorio y el dormitorio.
Marihuana: Sólo la uso incidentalmente, aunque por períodos puedo sentir una extrañeza de ella si no la tengo. Debe ser preferiblemente de buena calidad. (No sé si te resulte sencillo conseguirme esto, Elena. Pero, si no es el propio artículo en cuestión, sería preciso que me agencies un proveedor fiable y accesible.)
Cocaína: Sólo la uso incidentalmente, aunque por períodos puedo sentir una somnolienta carestía de ella si no la tengo. Debe ser preferentemente de buena calidad. (Ídem artículo anterior)
Sexo: En alguna de las variedades que me apetecen (también esto lo hemos hablado, querida Elena), en dosis regulares e irregulares según convenga a mis humores. Como los apartados de arriba, no pretendo aquí un abastecimiento directo de tu parte, sino más bien que me facilites ciertos contactos que me permitan cubrir esta necesidad en tiempo y forma. Por supuesto, imagino que en este rubro podré, en sus diversos sentidos, autoabastecerme...
Viéndolo mejor, será más sensato que olvides lo que acabo de anotar: ya conversaremos tú y yo, con un jerecillo de por medio, más largo y con más detalle acerca de esta cuestión.
Calcetines: Si hace frío, ésta es una necesidad imperiosa. Incluso lo es en verano, salvo que cuente con jotas o sandalias apropiadas. De todos modos, estimada Elena, no te empeñes en conseguirme ese calzado ni ningún otro, pues soy en ese sentido bastante peculiar: la mayoría de los zapatos me hace doler el talón, los dedos e incluso los pies por completo. Por otra parte, estar descalzo me parece agradable aunque también poco higiénico e, inevitablemente, así haga cuarenta grados a la sombra, si camino descalzo termino por sentir que los pies se me hielan. Seguramente huelga decir que llevo mis propios calcetines. Sin embargo, es muy probable que, como siempre ocurre con estas esotéricas prendas, comiencen velozmente a desaparecer (a menudo de a uno por cada par) hasta terminar en unas semanas yo casi sin ellos. En fin, Elena: si en el armario encuentro una buena cantidad de calcetines nuevos, mi felicidad será grande y creo que aún mejor será mi trabajo.
Diccionarios: Uno etimológico, un inglés-español, uno francés-español, uno alemán-español, uno de uso de la lengua española, uno enciclopédico, una gramática (alcanzará con un compendio sintético). No quiero que creas que te pido en demasía ni que te pido aquello que debería conseguir por mis propios medios, pero llevo en mi equipaje suficientes libros como para cargar también los de referencia que, si no los tuviera tu gente, pueden conseguirse en cualquier librería de viejo de tu cultivado vecindario.
Cordialmente,
m.
ps: Como te anticipé, estoy trabajando en la novela. Tengo los dos primeros y el último capítulo ya escritos (aunque falta leer un poco y rescribir otro poco), y el resto en un boceto general que estimo bastante convincente. Te contaré más a mi arribo, e incluso tal vez pueda ya mostrarte algo.
En el apartado donde indico los libros de referencia, olvidé mencionar que también me serían útiles un tesauro y un diccionario inverso.
Finalmente, déjame pedirte que me concedas un último gusto: necesito que haya en la casa pañuelos, servilletas y paños secos en cantidades. Es para escurrir, pues suelo volcar café o té o whisky en el piso o en el escritorio, o echarme, por ejemplo, un vaso lleno de vino tinto sobre el pantalón. Soy irredimiblemente torpe (creo que esto ya lo sabes tú de la visita a mi casa) y no tengo la mínima precisión para calcular la distancia entre mis extremidades y las cosas que me rodean. Las personas como yo deberían vivir en casas vacías. Pero, claro está con todo lo anterior, no estoy pidiéndote una casa vacía.